lunes, 29 de junio de 2009

La última puerta

Otro de los grandiosos poemas que me manda mi hermano para que comparta con quien decida adentrarse en Avernia:


Tú,
Que te arrodillas frente a todos los santos;
Que ante ellos tu miseria lucras
Y ante nosotros superior te sientes.
Tú,
Que a la luz del nuevo día
Ensanchas tus quejas hasta el cielo,
Que plantas en tu fetiche nueva flor
Respirando de la vida su aire fresco.
Tú,
Que dices ser fuerte porque rezas
Dejando libre tu alma al destino,
Tú que crees serás bienvenido
A tierras prometidas y paraísos viejos.
Guárdate para ti los ángeles dadivosos,
Los vanos milagros todos,
Todos te los dejo.
Tú, al igual que yo,
Pequeño y mortal
Como el más mínimo insecto,
Solo serás ceniza libre en la pira del tiempo,
Despojado de todo júbilo,
Vivirás al igual que yo en eterno silencio.
Tú,
Que a orillas del camino no me miras
Mientras tu espíritu especula en iglesias.
Piensas por eso que mi corazón sufre
Todas las desgracias de la tierra,
Pero, ya ves, yo vivo limpio;
Solamente tu te lavas la conciencia.
Tú,
Preso terrenal de temores celestes,
Tranquilo arlequín del dios bendito,
Obediente vacío, siervo condenado.
Tú, creyente soberbio de injustas mentiras,
Rasgador de ajenas vestimentas.
Tú, habrás de verme al final del camino.
Me verás sonriendo, sí;
Feliz tras la última puerta.

sábado, 27 de junio de 2009

¡Ay! esta sed...


¡Ay! estas ansias que me dilatan,
que me hinchen el pecho de amarga sed,
que me revuelcan las musas
por los pisos de lava,
¡Cómo aullan! Pobres criaturas,
no alcanzo a entender sus alaridos
¡pero es que es esta sed!
este delirio de amante hambrienta
que desvaría en las horas, oculta
tras las rejas del martirio
que supone tu presencia en lo lejos.
¡Cruel!
¡Mil veces cruel tu batalla sosegada!
¿qué te cuesta sostenerme en todo minuto,
abrasarme con soltura, achicharrarme los sucesos fantasmales?
¡Ay! Pero esta sed...
dadme del cáliz ¡vosotros, los inmortales!
dejadme beber, ¡piadosos!, los zumos de la libertad
y de la pasión arrebatada...
¡Ay! Pero esta sed... la sed de mis deseos...
qué cruenta la sed de los que no tenemos boca
más que por unas horas
y si encima la lluvia no cae en ellas
¡ay, qué agonía!
Pero la sed, la sed de miles de roces
que me agujerea el alma como zaetas...
probadme en la arena ateniense
¡pero dadme de beber!

El dolor que percibiera


El dolor, en nuestros labios,
tiene un sabor desconocido;
antes lo sabía, me pertenecía,
era el banquete diario
que roían mis dientes sufridos.

Hoy no lo reconozco,
el dolor tiene un color irrepetible,
sin nombre, sin matices,
no puedo pintar un cuadro con él ahora,
no sé si es el color de la mañana
o del hastío.

No recuerdo las notas de su música,
una melodía azarosamente ajena
es el ruiseñor de sus penas,
el dolor tiene una partitura extraña
que mis oídos no oyen.

¿Se suponía que era áspero?
No estoy segura de que ésta sea
la piel del dolor de otrora,
creo que algo extraño lo envuelve
como un manto de rústica lana
o arpillera.

Este aroma no es el dolido
por mis pulmones hace tiempo,
tiene un dejo de dulzura que confunde,
aroma a jazmines o magnolias;
¿será que el dolor ha cambiado de esencia?