jueves, 7 de agosto de 2008

La Menarqueña


Era dulce niña de vender sus sueños ni por un millón,
de construir castillos en las nubes,
de sonrosársele la juventud ante el elogio
de una mujer en canas a quien le recordara
su propia sangre joven.
Ella era toda púrpura y puntillas,
era muñecas y bastón de caramelo,
inocencia pura, tardío vislumbre de la realidad;
esa era ella.
Maldice ahora los años que prontos pasaron
dejándola atrás, pasándole por encima,
maldice la guerrera estirpe
que dominara su mundo de pacotilla
y la arrebatara de sus pádricos refugios.

-Tanta juventud y no sirve para nada,
mis sueños ahora los vendo por un dolar
en habitaciones de mala muerte
colmadas de pesadillas,
infestadas de ratas homínidas.
-¿Quién mandó a este hombre feroz
a que derrumbara mis castillos de auroras?
¿Por qué Dios permite tales deshonras?
-¿Dónde estabas, Señor,
cuando debí trocar mis puntillas por encajes
roídos por polillas y dientes malsanos?
-¿Dónde estabas, Señor,
cuando caí en el abismo de aquellas
a las que ahora llamo hermanas?

Cabizbaja, con el retumbar de fuegos lejanos,
camina la Menarqueña por las callejuelas grises,
aquella que fuese niña inocente, y vaga
ahora corrupta por la voracidad del poder;
va la Menarqueña vendiendo por los callejones
sus sueños de niña por un dolar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De un contenido triste y tallado con melancolía infinita...
Toda una historia...

EXCELENTE!!!!!!!!!!!!!