martes, 19 de mayo de 2009

Poética agonía


A veces las alboradas se entristecen
y deciden vestir de luto,
cualquiera podría equivocarse
al mirar el sol
y ver la luna.
Hoy el alba estuvo meditabunda,
sufrida como plañidera impaga,
quién sabe qué sepulcro era llenado
con las lágrimas de ella,
quién sabe qué
tapaba la tierra.
A veces me siento como esas alboradas
y me da un deseo irrefrenable
de vestir de blanco,
sucumbir a las penas
y abandonarme... totalmente.
A veces un destajo no es suficiente,
muchas veces se antojan miles,
se desea una parva de cuervos
revoloteando en el jardín
y ojos que caen
de enrojecidos picos.
Las alboradas a veces cubren una tumba
de suspiros tenebrosos,
la luna muchas veces las acompaña;
y es en esas ocasiones
cuando el maligno teme
y se esconde.
Quizás tras las tumbas pueda hallarse un libro
en cuya tapa se lea un nombre triste,
quizás tras las tumbas hallen mi cuerpo
desgastado ya y
un poco ensombrecido.
No son mis letras éstas, aunque lo parezcan,
son en realidad mi sangre en gotas
que desde los destajos caen,
tan pesadas y lívidas
como el alma que se marcha.

miércoles, 13 de mayo de 2009

En la otra orilla


El grito no llega,
la vista no alcanza,
Mientras miro pasar una nube inútil
me pregunto para qué.

Debió haber pasado un duende absurdo,
bastante ebrio,
por un rincón de tus pesadillas
y así, de repente,
al despertarte una mañana
te mudaste a la otra orilla.
Noté que faltaban tus abrigos,
tus pantuflas favoritas,
noté que te habías llevado los rosales
que guardabas en el tintero,
el de oro, el de ensueños.
Después noté otras cosas;
como que te habías llevado más que lo tuyo,
me faltaban algunas esperanzas,
unos cuantos deseos;
no pude encontrar,
por más que busqué,
un sueño que atesoraba desde hacía años.

Supuse que no estabas lejos,
llevabas mucha carga
como para caminar kilómetros;
pero me equivocaba.
No sólo habías caminado poco,
sino que estabas cerca y en la otra punta del mundo:
habías cruzado a la otra orilla.

domingo, 10 de mayo de 2009

Suicida


Libertos,
sagrados,
rotundos como manos cerradas en puños,
tremebundos como saetas envenenadas.
Nada queda más allá del allá que nosotros,
que nuestros cejos fruncidos,
que nuestras mentiras de antaño,
cejadas,
perdidas,
distendidas como una tela de armiño
que hiciera las veces de mortaja para los sueños.
Libertos,
impúdicos,
satíricos como navajas en el viento de otoño,
libelúlicos como sanjas para muertos.
Qué sería eso de rotar las manzanas
para que los gusanos salieran por el otro lado,
no hay forma de saberlo, ¿qué sentido?
lo podrido, podrido está; no rotemos los rostros,
no ocultemos nuestras almas corrompidas,
paspadas,
enrojecidas,
abofeteadas por las manos del dios de los impíos
que tiene más rostros que la merced.
Libertos,
calcados,
transferidos de mundos extraños a uno aún peor,
cobijados por las fiebres de báratros absurdos.
Todo puede ser posible y nada a la vez,
ser lo que no se es, es un reto increíble
y tan atrayente como cortarse las venas:
se sabe fatal, se sabe inútil,
se sabe a sangre fresca corriendo por los dientes...
es tan tentador...

Rotundo carmesí


Márcame ahora a fuego,
así,
para que quede la traza de tu caricia hirviente,
para que haga mella
hasta en la espesura del bosque
en que se convierte mi alma en las noches de luna llena.
Sentí deseos de cobijarme
tras el embrujo
que pudiera provocarme un beso solitario,
y es precisamente
en la soledad donde más se siente
el desamparo,
donde más eco hace mi grito desesperado
clamando tu nombre.
Que te alejes
ha sido siempre mi tortura,
mi fatal estirpe me condena a la tristeza
pues por las furias he sido maldecida
y Eolo ha llevado la maldición escrita
por sus cuatro costados.
¡Ah! Pero refulgente,
satírico caballero de correas firmes,
al sudor del corcel le haces honores;
nadie ha visto a la desgraciada
más que tus ojos de hierba,
nadie ha podido salvarla
pero tú lo harás ahora.
Sálvame, ¡oh! pues prontamente,
que no resbalen tus pies en el rocío,
sonoros campanarios se oyen
y muy lejos
ha empezado a nacer la aurora.