La Diosa se revuelca en sus satenes de plata
de dolor, de tristeza, de tormento.
La Diosa clama, se revuelca y llora,
llama a su difunto amado de otrora,
el que no requería de ojos,
del que no concebía puñales.
Ella, toda encajes y loores,
cubierta ahora de dolores
siente caminar el gusano
por su pecho de seda.
La Diosa se lamenta en su alcoba estrellada,
resueña con sueños infantiles
de estar enamorada,
desuella los duendes y las hadas engañosas
que le habían vendido un cuento diferente.
Los príncipes no llegan en corceles blancos,
montan ilusiones paganas
y se vuelven malolientes sacos
colmados de perentorios cuervos
que arrancan los ojos y abren los párpados.
La Diosa es la soberana del engaño,
triste quimera, lágrimas de estaño,
es una patética Diosa sin cielo propio
caída a la tierra sin haberlo sabido,
arrojada de golpe sin derecho de alas.
La Diosa está a la puerta del reino del atardecer
viendo al maligno entrar en su sepulcro.
de dolor, de tristeza, de tormento.
La Diosa clama, se revuelca y llora,
llama a su difunto amado de otrora,
el que no requería de ojos,
del que no concebía puñales.
Ella, toda encajes y loores,
cubierta ahora de dolores
siente caminar el gusano
por su pecho de seda.
La Diosa se lamenta en su alcoba estrellada,
resueña con sueños infantiles
de estar enamorada,
desuella los duendes y las hadas engañosas
que le habían vendido un cuento diferente.
Los príncipes no llegan en corceles blancos,
montan ilusiones paganas
y se vuelven malolientes sacos
colmados de perentorios cuervos
que arrancan los ojos y abren los párpados.
La Diosa es la soberana del engaño,
triste quimera, lágrimas de estaño,
es una patética Diosa sin cielo propio
caída a la tierra sin haberlo sabido,
arrojada de golpe sin derecho de alas.
La Diosa está a la puerta del reino del atardecer
viendo al maligno entrar en su sepulcro.
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