No me señales con tu dedo sucio de mártires pasados,
el cántigo de tu pesadez pecaminosa me agobia,
me presiona los hombros como la más rústica roca;
igual de dura,
igual de seca,
igual de sabia.
No hables, calla con el silencio de los inocentes
que fueron sometidos por la espada de tu Amo y Señor,
no levantes la voz hueca,
la voz muerta,
opaca,
ten algo de decencia... si es que puedes.
Ciertamente no sabes de justicia,
sabes de mentiras y reproches,
de cobardías y castigos eternos,
de víctimas-victimarios que se rasgan el pecho
ante la agonía que les conviene.
¿Pero qué hay de la agonía verdadera?
¿Qué queda de los niños esqueléticos,
qué de los mutilados en su santo nombre,
qué de los castrados por su naturaleza,
qué de las castigadas por ser... por simplemente ser?
¿Eres de aquellos que alaban por perdones?
¿Eres de los que adoran por una conciencia tranquila?
¿Eres de los que compran su paz
con la sangre de las infelices criaturas del desierto?
No vengas a señalarme entonces
con tu dedo retorcido de satanidades,
el espejo no parece funcionar muy bien de tu lado,
¿te da una imagen deforme?
¿Estirada?
¿Aplastada?
¿Perfeccionada?
Ese es un espejo de feria,
arreglado para mostrar ilusiones.
¿Pretendes arrancarnos los párpados,
abrirnos los ojos con una guadaña?
Adelante, inténtalo,
cubrenos de injurias que a tí parecen importarte,
por más ponzoña que lancen tus dientes,
si no muerdes, no matas;
un sepulcro no puede atrapar la historia,
una mentira no puede acallar la ciencia.
Lo dicho: calla y no señales,
detente a la vera del camino a mirar a los pasantes,
no mires arriba, mira a la altura de tus ojos
y también un poco más abajo;
no te queda el manto de mártir sobre la camisa de mentiras,
se nota su tela por debajo,
se asoman las mangas,
se te nota el dobladillo.
el cántigo de tu pesadez pecaminosa me agobia,
me presiona los hombros como la más rústica roca;
igual de dura,
igual de seca,
igual de sabia.
No hables, calla con el silencio de los inocentes
que fueron sometidos por la espada de tu Amo y Señor,
no levantes la voz hueca,
la voz muerta,
opaca,
ten algo de decencia... si es que puedes.
Ciertamente no sabes de justicia,
sabes de mentiras y reproches,
de cobardías y castigos eternos,
de víctimas-victimarios que se rasgan el pecho
ante la agonía que les conviene.
¿Pero qué hay de la agonía verdadera?
¿Qué queda de los niños esqueléticos,
qué de los mutilados en su santo nombre,
qué de los castrados por su naturaleza,
qué de las castigadas por ser... por simplemente ser?
¿Eres de aquellos que alaban por perdones?
¿Eres de los que adoran por una conciencia tranquila?
¿Eres de los que compran su paz
con la sangre de las infelices criaturas del desierto?
No vengas a señalarme entonces
con tu dedo retorcido de satanidades,
el espejo no parece funcionar muy bien de tu lado,
¿te da una imagen deforme?
¿Estirada?
¿Aplastada?
¿Perfeccionada?
Ese es un espejo de feria,
arreglado para mostrar ilusiones.
¿Pretendes arrancarnos los párpados,
abrirnos los ojos con una guadaña?
Adelante, inténtalo,
cubrenos de injurias que a tí parecen importarte,
por más ponzoña que lancen tus dientes,
si no muerdes, no matas;
un sepulcro no puede atrapar la historia,
una mentira no puede acallar la ciencia.
Lo dicho: calla y no señales,
detente a la vera del camino a mirar a los pasantes,
no mires arriba, mira a la altura de tus ojos
y también un poco más abajo;
no te queda el manto de mártir sobre la camisa de mentiras,
se nota su tela por debajo,
se asoman las mangas,
se te nota el dobladillo.
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