Están profanando mi tumba,
no hay nombre, hay un número,
un número que se repite catorce veces.
Hay polvo,
hay ladrillos,
hay un lejano crujir de huesos que me espanta
aunque duela más
el crujir de las maderas del piso bajo sus botas.
Hay una puerta,
no hay ventanas,
hay un eco de orfebrería fúnebre,
hay una tela trémula que claudica y se desgarra.
Y está el Olor.
Hay un horrendo olor a ojos ciegos,
olor a ojos hermanados con miedo,
olor a oscuridad de antojo.
Tengo en mi piel un olor a ausencia que me mata,
un repulsivo hedor a anonimato,
una peste a desconocido que ahuyenta hasta a las moscas.
Sólo ellos se acercan,
sólo los Cancerberos no se aterran
de mi llanto
y mi olor a muerto,
ellos me siguen profanando esta tumba carneana,
esta tumba de sangre desdichada
y sin salva.
no hay nombre, hay un número,
un número que se repite catorce veces.
Hay polvo,
hay ladrillos,
hay un lejano crujir de huesos que me espanta
aunque duela más
el crujir de las maderas del piso bajo sus botas.
Hay una puerta,
no hay ventanas,
hay un eco de orfebrería fúnebre,
hay una tela trémula que claudica y se desgarra.
Y está el Olor.
Hay un horrendo olor a ojos ciegos,
olor a ojos hermanados con miedo,
olor a oscuridad de antojo.
Tengo en mi piel un olor a ausencia que me mata,
un repulsivo hedor a anonimato,
una peste a desconocido que ahuyenta hasta a las moscas.
Sólo ellos se acercan,
sólo los Cancerberos no se aterran
de mi llanto
y mi olor a muerto,
ellos me siguen profanando esta tumba carneana,
esta tumba de sangre desdichada
y sin salva.
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