Ora sube sibilante y susurra
el viento en los desniveles,
ora simplemente cae suave
y se deja llevar por los zurcos.
Silencio, sutil silencio que calla
y nos deja serenarnos en la noche,
será quizás embrujo del viento,
de ese viento azulceleste.
Rompe un rayo la quietud de la penumbra
y truenan los dedos resquebrajados en los gritos,
¡nada de amor!,
¡nada de aurora!,
la trémula vejez de los árboles y los riscos
claudica, se corrompe, se retumba hasta lo hondo.
De profundis se oye un clamor reconocido,
el crepitar de las hogueras y el famoso crujir de dientes,
se abren las bocas y regurgitan tronados fuegos rojos
¡rota la paz!,
¡rota la calma!
Anda con sigilo;
anda
con timidez;
tarda... se detiene... observa... medita...
Y serpentean los huesos clamando justicia ante sus ojos pasmados de muerte,
¡rota la aurora!,
¡nada de paz!;
La tormenta aún crepita en los rincones de su alma emputrecida
muerto el sol...
muerta la gloria...
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