viernes, 30 de septiembre de 2011

Sobrevivirte


Que me mata el alma tu silencio
y las lágrimas golpean el suelo de forma invisible
a tus ojos cerrados
como esa lluvia de afuera...
Nada,
que no puedo sentirte
aunque me recorran tus dedos la frente
y jueguen los míos entre tus brazos;
que te miro a los ojos
y veo una nube de tormenta
y unos demonios fríos y latentes...
que me sangran los míos
hasta morirme.
Me abrazas, me besas,
me hieres sin piedad con labios y cadenas
y "nada vale más que un segundo a tu lado",
allí vino otra puñalada,
y allí va otro grito desde mi boca desgarrada
con las uñas de mi desvarío.
No puedo sobrevivirte.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Tu voz en el viento


Hoy sentí tu voz en el viento,
tu voz que susurraba en mis oídos,
tu voz que me bailaba el cabello,

tu voz acariciante y tibia
en la brisa de primavera.

Me cantabas tus miedos
que yo identifiqué con los míos,
te lamentabas en mis venas
atravesando la piel.

Tu voz, como un salvaje rugido,
pasó entre los árboles de la plaza
y se fue muy lejos,
donde no pude alcanzarte...

jueves, 1 de septiembre de 2011

Preponderantemente añeja y avanzo


Me abrazo a la luna
con un grito desesperado
que ha desgarrado mis entrañas:

"¡NO HE MUERTO!"

Lo sé y me corroe,
me putrefacta las experiencias sádicas
del dos por hora.

"¿Acaso es la aurora?"

Despierto sobresaltada
con un niño en los brazos
que bosteza y devora el aire.

"¡NO HE NACIDO!"

Nada de lo que he hecho
ha servido para salvarme
de los años que me dejan deambulante.

Despedida II


Sofocada, el alma,
se desmigaja con tu adiós
y parece partirse, molerse, evaporarse
en un suspiro eterno;
se me va el aire,
se me va la sangre,
y la vida marcha rauda adelante
siguiendo tu huella fresca del último "me voy".
No duele tanto si pienso que mañana
habrá un nuevo "hola"
y otro abrazo esperando
cuando se abra la puerta y se cierre tras nosotros;
no duele tanto si pienso en tus ojos.
Pero duele.
Parece acabarse el encanto de la noche
cuando tus dedos dejan de tocarme,
cuando tu voz ya no hace eco,
cuando tus ojos han dejado de mirarme;
y sofocada, el alma,
retrocede veinte pasos,
otea el horizonte oriental
y se ciega, se queda muda,
se desvanece.
No duele tanto.
Pero duele.
Adiós.