Castro y fuego,
en los confines arcaicos,
borrascas de furia,
irrefrenable jarana maléfica,
de altozanos de condenas,
y de culpables silentes...
Peñascos rugientes,
de tránsito de almas penosas,
dibujantes de trazos fuliginosos,
acorralados por inhumanos.
Rebasan suspiros cabizbajos,
sediciosos ribetes de miedo,
de otros iracundos,
aun más luctuosos.
Piedra y fuego,
Alzándose en límites,
para quienes aullan licántropos,
de piel y misterio,
de palpables miedos,
de incontables menguantes,
de julepes imprecisos,
de lechuzas y cábalas...
Collados aprisionados,
algunos claustros destinados,
para admisiones y propinas,
de tus dolencias y pecados,
para mis lamentos extravagantes,
para cruces de azogue,
para tedios de diluvios,
y alguna pesadumbre sellada.
Me ahogas en oraciones blancas,
mi Señor De La Noche,
trashumante extirpador de deseos,
denigrando festines ajenos,
extinguiendo aleteos animosos,
Mi Señor...
inmortal fustigante mustio,
errante de recovecos y costras
curioseando el poniente.
Invitando inculpados,
inflamando teas de infiernos,
mientras verdugos de alientos,
hostigan el tiempo;
y quizás mas...
Gracias a mi manucho Héctor que me regaló esta espectacular poesía. La imagen sí es cosa mía jeje