Repulsivos fantasmas que vuelven
como regurgitados por el diablo
desde algún infierno que existe
en el alma propia de los humanos;
no quería verlos de cerca de nuevo,
como volados por mano asesina
frente a mis ojos casinocentes,
como vedados de perdones y de rumores
gritando sus descargos a los vientos.
Maldita sea la hora de la una y pico,
maldita la hora tardía cuando se hizo tarde
y te fuiste dejándome la furia
entre los labios, atrapada allí
entre los dientes y la lengua y el paladar
que se siente pesado, como engrasado
por la pudredumbre de los problemas
que una y otra vez siguen surgiendo.
Estoy harta de cargar con furias
en maletas que no están hechas
para ello, sino para cargar versos,
sean estos versos malditos,
¿a quién le importa? No vendrá crítico
alguno a decirme que el marfil es lo mío
porque será una mentira;
pero aún así, esas furias no deberían
de estar engarzadas en esta manta
que me cubre el cuerpo por dentro.
En esta hora -hace minutos te fuiste-
pienso que me quedé con ganas
de decir muchas otras cosas,
pero esas ganas se irán con las furias
en la mañana y seré yo nuevamente
la que caiga en tus brazos,
de amor rendida y al amor entregada,
perdiéndome en tus ojos
que me gustan tanto, como en un remanso
al que siempre añoro
en cada batalla que pierdo ante ti, mi vida,
y en la que pierdes tú
y en la que perdemos ambos un poco de tiempo
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