jueves, 23 de octubre de 2008


Tú, que me tocas como un ángel,
que sacas de mí los arpegios más bellos
como ráfaga indómita del infierno,
tú, que me circundas de placeres,
eres lo que vuelco en mis letras.

De repente el concierto de mis venas
se queda en silencio, tus manos
se han detenido en la espera mortal
del que observa el vacío
como esperando una respuesta, un eco.

No dejes de tocar el instrumento de mi carne
que está hecho a la medida de tus dedos,
no abandones la partitura
que en tus sesos grabara la lujuria,
la noche es el escenario perfecto
para nuestro concierto final.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un concierto delicadamente oscuro, en una mismísima concordancia con los astros negros de un sueño de lujuria y carne manipulada...