Lárgate de mí, ¡vete lejos!
gusano pestilente que me tortura el alma,
¡vete de mis sienes!
¡deja de perforar mi corazón
con tus horribles bocas!
Lárgate de mí, vete lejos.
No quiero seguir siendo el alimento de tu inmundo vientre
colmado de pestilentes ayes y suspiros;
no quiero ni un remanente, ni uno de tus críos,
lárgate de mí con todo lo que te me recuerde,
vete lejos con todo tu olor de espanto.
Que me duelan los ultrajes, lo acepto; lo reniego
pero lo sufro, porque me toca;
Que me haga trizas el engaño, lo soporto; lo recuso
pero lo sufro, porque me corresponde.
Pero tú, vil gusano que devoras todo verdor,
¡lárgate de mí! Quiero olvidarlo todo,
quiero volver a los días de antaño,
ser feliz, no plañidera impaga,
ser sonrisa, no lluvia de invierno.
Lárgate de mí, ¡vete lejos!
abandona mis sepulcrales ojos opacos,
deja las humedades de sus fosas
para que entre el maligno que hoy sí
me hace falta.
Deja que vuelva a mis hijos mi bella hermana
con su natural nombre;
que ya no signifiquen pecado
esas cuatro letras
que la denominan.
Lárgate de mí, quiero que te vayas lejos;
quiero que abandones tu refugio en mis lacrimales
y saques toda putrefacción
que en ellos hayas alojado;
mis ojos, ¡que mis ojos son los culpables!
Por haber querido ver, por no permanecer cerrados.
Pero ahora, lárgate de mí,
que ellos ya se han arrepentido de haber mirado
y haber dejado que entraras.
Toda de mí te quiero fuera, lejos,
muy lejos y seco, aplastado, hecho pedazos;
así, tal como me dejares
tras tu estancia que nunca termina;
lárgate de mí, toda de mí te quiero fuera,
te deseo fuera,
te espero fuera,
te anhelo fuera,
te ordeno ¡fuera!
Lárgate de mí ¡vete lejos!
habita otras selvas, cobíjate en otros huertos,
ya déjame que el sufrimiento se repliegue
y pueda volver a amarle sin dudas,
sin temores, sin puñales al acecho.
¡Lárgate de mí, vil gusano!
¡Vete lejos!