viernes, 14 de enero de 2011

De profundis


Sed, pasiones,
los derroteros de mi pena;
¿cabe, acaso esperar otra cosa
cuando el amor se desborda
y la dicha es inmuerta?
Esperanzas muertas,
¡cómo habeis resucitado!
Las cicatrizantes heridas
sanaron de inmediato
y un nuevo color arribó a las riveras.
Sed absolutas,
impolutas locuras,
sin dueño paridas esclavas
y ahora libertas por el látigo amoroso.
¡Sed soberbias,
palabras enlutadas!
Mil noches aborrecidas
por la oculta anomalía
de no haber sido besadas.
Qué temeraria os volveis,
dama infecunda,
cuando descubres un manantial
verde, de frescas aguas,
que trae la paz añorada
por tus plantas cansadas de ultrajar
polvo y arena
en los caminos más solitarios de la vida.
¡Ea! Mas ahora sed amante,
rota doncella,
con fervor envidiable
y deseado a cambio de almas,
sed libre y procaz,
genuflexa y hereje,
tremebunda y sutil;
sed plena, enmascarada,
en piel, huesos y sangre.