viernes, 11 de septiembre de 2009

La maledicencia


Sobremanera se ha dicho
que a palabras necias,
oídos sordos;
de mil maneras nos los hemos tapado
para no escucharnos ultrajados.
Mas ¿qué hacer cuando el veneno
se filtra por entre los dedos
como el tiempo?
¿A quién pedir socorro?
¿A qué santo de turno rogar
si ellos no tienen juramento
ni hogar sincero?
Los santos no son farmacias.
Verás,
sobresaliendo, como un maléolo herido,
llevamos el orgullo colgando
del ruedo de los pantalones rotos,
porque no nos quedan otros,
porque nos los han robado,
o porque los hemos vendido,
o los hemos regalado a alguien más lastimado,
más muerto.
Sí, porque aunque lo dudemos,
quedan otros más muertos que nosotros,
siempre hay alguien más muerto...
y alguien más vivo.
"¿Y será posible?" Te preguntarás
y te respondo que todo es posible
si nada lo es para ellos,
porque los dueños de la maledicencia
te dicen que no a todo
y que sí a nada para vos.
Sienten envidia, mucha, demasiada,
los maledicientes tienen mucha envidia guardada
a pesar de la que reparten,
a pesar de que no la reciben;
ellos se creen dueños de la verdad
y te pondrán una etiqueta
con un nombre y con un precio.
No te preocupes:
los culpables miden a los demás
con la vara de su conciencia.

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