martes, 5 de octubre de 2010

Rapsodia



Ora sube sibilante y susurra

el viento en los desniveles,

ora simplemente cae suave

y se deja llevar por los zurcos.

Silencio, sutil silencio que calla

y nos deja serenarnos en la noche,

será quizás embrujo del viento,

de ese viento azulceleste.


Rompe un rayo la quietud de la penumbra

y truenan los dedos resquebrajados en los gritos,

¡nada de amor!,

¡nada de aurora!,

la trémula vejez de los árboles y los riscos

claudica, se corrompe, se retumba hasta lo hondo.

De profundis se oye un clamor reconocido,

el crepitar de las hogueras y el famoso crujir de dientes,

se abren las bocas y regurgitan tronados fuegos rojos

¡rota la paz!,

¡rota la calma!


Anda con sigilo;

anda

con timidez;

tarda... se detiene... observa... medita...


Y serpentean los huesos clamando justicia ante sus ojos pasmados de muerte,

¡rota la aurora!,

¡nada de paz!;

La tormenta aún crepita en los rincones de su alma emputrecida

muerto el sol...

muerta la gloria...

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