viernes, 15 de julio de 2011

Espejo

Vista de la ventana de mi cuarto mientras escribo este poema.

Y qué si la aurora nació rubicunda
y empañada de grises velos ubicuos;
qué, si mi alma llora silenciosa
un ayer por despedida,
un mañana por muerte.

El hoy no vale nada, no es nada,
es un segundo, un instante,
es una gasa que se rompe y deshace
en mil hilos imperceptibles
y ya se vuelve o convierte
en un ayer de despedida,
en un mañana de muerte.

Y qué si las nubes bajaron a tierra
y cubren penumbrosas los árboles de la plaza;
qué, si mis ojos se nublan con ellos
por un ayer con despedida,
por un mañana con muerte.

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