domingo, 10 de mayo de 2009

Rotundo carmesí


Márcame ahora a fuego,
así,
para que quede la traza de tu caricia hirviente,
para que haga mella
hasta en la espesura del bosque
en que se convierte mi alma en las noches de luna llena.
Sentí deseos de cobijarme
tras el embrujo
que pudiera provocarme un beso solitario,
y es precisamente
en la soledad donde más se siente
el desamparo,
donde más eco hace mi grito desesperado
clamando tu nombre.
Que te alejes
ha sido siempre mi tortura,
mi fatal estirpe me condena a la tristeza
pues por las furias he sido maldecida
y Eolo ha llevado la maldición escrita
por sus cuatro costados.
¡Ah! Pero refulgente,
satírico caballero de correas firmes,
al sudor del corcel le haces honores;
nadie ha visto a la desgraciada
más que tus ojos de hierba,
nadie ha podido salvarla
pero tú lo harás ahora.
Sálvame, ¡oh! pues prontamente,
que no resbalen tus pies en el rocío,
sonoros campanarios se oyen
y muy lejos
ha empezado a nacer la aurora.

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