lunes, 29 de junio de 2009

La última puerta

Otro de los grandiosos poemas que me manda mi hermano para que comparta con quien decida adentrarse en Avernia:


Tú,
Que te arrodillas frente a todos los santos;
Que ante ellos tu miseria lucras
Y ante nosotros superior te sientes.
Tú,
Que a la luz del nuevo día
Ensanchas tus quejas hasta el cielo,
Que plantas en tu fetiche nueva flor
Respirando de la vida su aire fresco.
Tú,
Que dices ser fuerte porque rezas
Dejando libre tu alma al destino,
Tú que crees serás bienvenido
A tierras prometidas y paraísos viejos.
Guárdate para ti los ángeles dadivosos,
Los vanos milagros todos,
Todos te los dejo.
Tú, al igual que yo,
Pequeño y mortal
Como el más mínimo insecto,
Solo serás ceniza libre en la pira del tiempo,
Despojado de todo júbilo,
Vivirás al igual que yo en eterno silencio.
Tú,
Que a orillas del camino no me miras
Mientras tu espíritu especula en iglesias.
Piensas por eso que mi corazón sufre
Todas las desgracias de la tierra,
Pero, ya ves, yo vivo limpio;
Solamente tu te lavas la conciencia.
Tú,
Preso terrenal de temores celestes,
Tranquilo arlequín del dios bendito,
Obediente vacío, siervo condenado.
Tú, creyente soberbio de injustas mentiras,
Rasgador de ajenas vestimentas.
Tú, habrás de verme al final del camino.
Me verás sonriendo, sí;
Feliz tras la última puerta.

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