martes, 3 de abril de 2012


Mis musas necesitaban un nuevo alimento,
hambrientas,
desesperadas,
famélicas
ya vagaban por las noches, vampiresas en celo,
devorando sangres de cuellos rotos,
escupiendo horrorosos alaridos y violentos ademanes rojos;
las traje de vuelta, hijas perdidas,
cenicientas y cansadas con los dientes heridos
de tanto chocar con el hierro y la espada;
mis pobres niñas perdidas,
ausentes de mis laderas,
escondidas,
sufriendo los ultrajes de la pobreza de mi alma esmorecida;
y sibilantes,
truculentas,
en profunda agonía,
llegaron casi sin fuerzas a la puerta de mis manos
para recobrar el aliento con la sangre nueva,
con las viejas historias tiradas en el camino
y abrazadas a una esperanza
que las reviva.

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